miércoles, 28 de noviembre de 2007

marco metodologico

El tiempo que vivimos, como nunca antes en la historia, ofrece a la mujer que siente la necesidad y el deseo de penetrar el campo profesional, amplias posibilidades para hacerse presente en la sociedad, con todo su «genio femenino»

El papel de la mujer en la sociedad
“Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del evangelio pueden ayudar mucho a que la humanidad no decaiga” (Mensaje del Concilio a las Mujeres, 8 de diciembre de 1965: AAS 58,1966 13-14).La frase está en presente. Nos interesa recordarla pues insiste en que es ahora cuando la vocación, la misión de la mujer se puede cumplir en sí misma y en la sociedad con toda su fuerza y en todas sus dimensiones. El tiempo que vivimos, como nunca antes en la historia, ofrece a la mujer que siente la necesidad y el deseo de penetrar el campo profesional, amplias posibilidades para hacerse presente en la sociedad, con todo su «genio femenino», es decir, con todas las cualidades y riquezas de su feminidad. Ella puede, ahora, ejercer un influjo creativo, renovador, humanizador, en todos los ámbitos de la vida social: empresa, política, ciencia, medicina, educación, cultura, medios de comunicación, etc. El mundo de hoy, por lo tanto, se abre ante la mujer, como un campo, para que ella plante la semilla de su feminidad y ésta pueda dar fruto. La mujer puede salir, prolongar su «don de sí» más allá de su ámbito familiar, como una forma de multiplicar su capacidad de donación y, con ello, su realización como mujer. Pero este «salir» para hacerse presente en la sociedad, no es sólo un medio para que ella se realice. Es, de igual manera, un beneficio para la misma sociedad. El mundo de las empresas humanas, de las decisiondecisiones humanas, de la cultura y la comunicación, necesita enriquecerse de todo aquello que la mujer puede aportar. Necesita precisamente de «lo femenino». Y necesita lo femenino no para suplir «lo masculino» sino para complementarlo, para potenciar y enriquecer el «todo» de la sociedad humana. Por eso es importante, antes de describir este horizonte de proyección, que la mujer se descubra necesaria para el mundo «en tanto que mujer». Aún cuando ella no perciba que es necesaria, cuando falta la mujer en un hogar, se nota, y los hijos son los primeros que la echan de menos haciendo ver cuánto la necesitan. De la misma manera nuestra sociedad, aunque no lo diga, echa de menos «lo femenino». El primer papel de la mujer en la sociedad consistirá, por tanto, en que sea ella misma. Con toda su identidad, con toda su feminidad. Es verdad que muchos sistemas y estructuras deben cambiar. Es verdad que todavía no se reconoce del todo que la mujer es necesaria en determinados ámbitos de la sociedad. Pero también es verdad que la mujer no siempre ha luchado por penetrar las esferas sociales en tanto que mujer. O se ha quedado al margen, o, cuando se ha metido dentro, llámese mundo profesional o político, lo ha hecho disfrazándose de varón. Queremos anotar, sin embargo, que esta participación directa de la mujer en la sociedad, más allá de la esfera familiar, de ninguna manera debe pensarse como algo obligatorio e indispensable para todas las mujeres. Habrá mujeres que desearán entregarse de lleno a su familia sin realizar ningún trabajo profesional fuera del hogar. Si la mujer siente que así está llamada a realizar su don de sí, debe hacerlo con seguridad y satisfacción. En esa misión de madre y educadora ella florecerá en toda su feminidad y se realizará como mujer. Obligar a la mujer a trabajar fuera del hogar sin permitirle opción sería concebir la realización de su identidad en términos de productividad y no de donación personal. En este caso, sin embargo, es ciertamente recomendable que, en la medida que sus obligaciones familiares se lo permitan, ofrezca su aportación a la sociedad colaborando en obras de solidaridad, promoviendo el bien común y fomentando los valores humanos auténticos entre la gente que la rodee. Como no nos es posible tocar cada una de las posibles profesiones o actividades en las que la mujer se puede proyectar, trataremos de agruparlas en los siguientes ámbitos. El mundo de la educación sería otro campo de proyección social pero lo hemos tratado en el capítulo anterior por ser la educación parte de la vocación de la mujer, como una expresión y prolongación de su maternidad. Tratamos en último lugar el tema del equilibrio entre la vida familiar y trabajo por ser uno de los retos principales que tiene la mujer de hoy de cara a su misión en la sociedad.
Acepté tratar este tema del papel de la mujer a pesar del hecho de que la mera noción de un papel para la mujer como mujer cause gritos de consternación en algunos lugares. Cuando el Santo Padre en 1988 publicó una carta apostólica sobre La Dignidad de la Mujer (Mulieris Dignitatem), algunos pensadores feministas se ofendieron por la simple sugerencia de que la mujer debiera tener una vocación exclusiva de ella. El hecho de que este documento fuera emitido en el Año Mariano, proponiendo a María como modelo de auténtica feminidad, provocó un auténtico escándalo entre muchos autoproclamados defensores de la causa de la mujer. Estaban convencidos de que un modelo mariano solamente podría implicar una degradación de la mujer, relegándola a poco más que la servidumbre doméstica, negándola cualquier papel en la vida pública y recomendándola las virtudes de una moralidad de esclava: trabajo duro, sacrificio, obediencia y una negación de sí misma equivalentes a su autodestrucción.
Una suposición crucial en la que se basa éste aluvión de críticas, creo yo, es que la dignidad de la mujer no puede preservarse a menos que la mujer sea, en cada aspecto importante, exactamente igual que el hombre. Cualquier diferencia reconocida entre hombre y mujer puede utilizarse como una excusa para tratarles de forma desigual. La discriminación entre los dos conducirá inevitablemente hacia formas de discriminación injusta - tratando a la mujer como inferior al hombre en su valía o capacidades como persona y por tanto como indigna de las mismas prerrogativas y privilegios que el hombre tiene. El temor es que la mujer sea restringida al cuidado de la casa y de los hijos como la única esfera en la que puede realizarse su verdadera vocación, especialmente si las diferencias principales entre los sexos incluyen la estrecha relación de la mujer con el embarazo y la crianza de los hijos. Sus aspiraciones a participar de forma más activa en una comunidad más amplia deberían reprimirse, de manera que, quizá, la vocación religiosa es, simplemente, esta misma autodestrucción llevada al extremo: una retirada total, incluso de la escena doméstica; en efecto, una desaparición de la persona.
Si la visión de Juan Pablo II fuera ésta, sería con seguridad un panorama inquietante y la reacción de algunos grupos de mujeres sería comprensible. Pero la objeción al documento no fue en la mayoría de los casos una reacción a la visión del Santo Padre, puesto que la mayor parte de los críticos no la habían leído. En lugar de esto reaccionaron a lo que ellos asumieron que diría, lo que ellos esperaban que dijera, lo que temían que dijese-no a lo que en realidad dijo. En esta carta apostólica Juan Pablo II busca la respuesta a la pregunta: ¿cuál es la naturaleza de la mujer? Ésta no es una pregunta acerca de la naturaleza del hombre o de la persona humana, aunque estas consideraciones sean relevantes. Más bien, es acerca de lo que es distintivo de la mujer: ¿Quién es? De acuerdo con la filosofía y las ciencias así como la revelación, Juan Pablo II busca una respuesta a la pregunta de la ontología --¿qué tiene de único ser una mujer? Solamente entonces trata de responder a la pregunta de la teleología --¿en qué se supone que contribuye la mujer al mundo? ¿Cuál es el papel de la mujer? ¿Cuál es la "obra de la mujer?"
HACIA UNA ONTOLOGÍA DE LA MUJER
Juan Pablo II encuentra las raíces para desarrollar, o comenzar a desarrollar, una ontología de la mujer en varias fuentes filosóficas y teológicas. Una de las más influyentes a este respecto, creo yo, es la obra de Santa Edith Stein, la filósofa de principios del siglo veinte recientemente canonizada por el Papa. Santa Edith nació en 1891, en la que ahora es Wroclaw, Polonia. Se convirtió del Judaísmo al Catolicismo mientras estudiaba filosofía en una universidad alemana y continuó su lucha por lograr una carrera universitaria, escribiendo y dando conferencias extensamente sobre la naturaleza y educación de la mujer. Después de la muerte de su madre, se sintió libre para dedicarse al ejercicio de su vocación de Carmelita. Siguió escribiendo sobre temas filosóficos y espirituales, que incluyen un estudio sobre San Juan de la Cruz. Fue martirizada en Auschwitz en Agosto de 1942. Ahora se encuentran disponibles en inglés varios volúmenes de sus obras completas y sus escritos y conferencias sobre la mujer se han publicado bajo el título Esssays on Woman. Edith Stein reconoce, junto a los filósofos Aristóteles y Santo Tomás, que existen rasgos únicos del alma humana, capacidades (o al menos rasgos dispositivos) que son compartidos por todos los miembros de la especie. La racionalidad y la capacidad de libre elección pertenecen por naturaleza a todos los seres humanos y por consiguiente a todas las mujeres. Pero Edith Stein también se toma en serio la doctrina aristotélica de que el alma es la forma del cuerpo. De acuerdo con Aristóteles, cada cosa material es la unión o composición de forma y materia, donde la forma es el principio de movimiento y cambio de una cosa, la fuente de sus capacidades esenciales. Aristóteles mantiene que la forma se individualiza (es la forma de un individuo específico) mediante su unión con la materia, con este cuerpo o ese otro. Edith Stein extiende aquí la teoría de Aristóteles, en una dirección que puede que él hubiera aprobado o no, al razonar que la clase de cuerpo que especifica la forma de humanidad influirá en el modo que la forma se hace realidad. Por consiguiente, un alma de mujer poseerá una cualidad espiritual distinta de un alma de hombre. Edith Stein no arguye que biología equivalga a destino, sólo que las diferencias físicas entre hombre y mujer marcan profundamente sus personalidades. El cuerpo de la mujer sella su alma con cualidades concretas que son (1) comunes a todas las mujeres y (2) diferentes de los rasgos característicamente masculinos. Edith Stein ve estas diferencias como complementarias más que clasificadas en una jerarquía de valores, de manera que debieran reconocerse y celebrarse en lugar de minimizarse y deplorarse. Puesto que hay dos modos de ser humano, como hombre o como mujer, viene casi a decir que hombre y mujer son dos subespecies de la única especie humana.
El propósito de Edith Stein puede parecer bastante radical, a pesar del gran éxito de John Gray Men Are From Mars, Women Are From Venus, que nos hace venir de planetas totalmente diferentes ¡no importa la especie! Pero, hoy día, la opinión de Edith Stein recibe cierto apoyo empírico, especialmente a partir de las recientes investigaciones sobre el cerebro que indican que los cerebros de las mujeres están organizados de manera distinta de los de los hombres. Por ejemplo, parece que las mujeres oyen mejor que los hombres y detectan los cambios de tono de voz mejor que los hombres. Además, las mujeres perciben más fácilmente el contenido emocional de una fotografía o una situación y pueden detectar dicho contenido con ambos lados del cerebro, mientras que los hombres solamente tienen acceso al contenido emocional con un lado. De hecho, las mujeres, cuando abordan un problema siempre lo hacen con ambos lados del cerebro, mientras que los hombres pueden centrarse en un problema utilizando sólo el lado analítico del cerebro.
Edith Stein desconocía obviamente estos estudios empíricos, pero apoyó su opinión mediante la apelación a alegaciones filosóficas sobre la intimidad de la relación entre el cuerpo y el alma, y a teorías psicológicas que distinguen entre varios tipos de personalidad, en lugar de centrarse solamente en la conducta. Consideraba que las diferencias entre hombres y mujeres eran evidentes incluso para el sentido común y por tanto con poca necesidad de argumentos. Su tesis sería denegada hoy día por muchos feministas, pero probablemente por nadie que tenga hijos de ambos sexos. Las diferencias entre chicas y chicos aparecen pronto y parecen resistir con tenacidad la manipulación de los padres bien intencionados y políticamente correctos (p. ej., los afectados por el sentido común). La naturaleza tiene su forma de imponerse con impasible indiferencia hacia nuestras teorías.
El compromiso de Edith Stein con la existencia de un alma característicamente femenina no invalida su igualmente profunda dedicación a la libertad e individualidad de cada persona. Si nadie es simplemente un ser humano, sino un hombre o una mujer, nadie es sencillamente una mujer, sino esta o esa mujer. Un individuo dado poseerá sus propios dones, inclinaciones y capacidades y algunas mujeres pueden poseer cualidades que son más típicas en los hombres, exactamente igual que un hombre puede mostrar muchos rasgos femeninos. Sin embargo, esto no debiera oscurecer el concepto general de que existen importantes diferencias generales entre ambos sexos, y que éstas no deben ser ignoradas o, peor todavía, negadas. Una razón para celebrar estas diferencias, pensaba Edith Stein, era que eran complementarias. Se puede ver esto de una forma puramente secular, como algo deliberado por la naturaleza o la evolución, o como lo hace Edith, como una parte del plan divino para los seres humanos. Hombre y mujer se complementan en lo que Juan Pablo II llama una relación de "enriquecimiento mutuo". Él escribe de forma conmovedora sobre ese momento de la historia de la creación cuando Adán, encerrado al principio en su soledad original, despierta de un sueño profundo para encontrarse cara a cara con Eva. Se llena de alegría ante la presencia de esta que es su otro, pero de alguna forma él mismo. "¡Ésta, por fin, es hueso de mis huesos y carne de mi carne!"
EL ALMA FEMENINA
Claves para la naturaleza de la mujer, para el alma femenina, si se quiere, pueden recogerse de muchas fuentes-empíricas, filosóficas y teológicas. Al tratar este asunto, Edith Stein extrae del relato de la creación del Génesis dos temas principales: la mujer como compañera y la mujer como madre. Exactamente igual que Eva es la compañera apropiada para Adán, también es llamada en el Génesis "la madre de todos los vivientes". En primer lugar, entonces, consideremos el papel de compañera. El compañerismo o amistad supone compartir la vida de otro, entrar en ella y hacer nuestras las inquietudes de esa persona. Se puede aducir que esta es una vocación para ambos y Santa Edith probablemente estaría de acuerdo. Pero también puede ser verdad que la mujer tiene un genio especial para la amistad, quizá gracias a su orientación más inmediata hacia lo humano y personal. Esta orientación hacia las personas incluye, entre otras cosas, una gran capacidad para la empatía. Edith Stein escribió su disertación doctoral sobre el tema de la empatía y todavía puede detectarse su influencia en sus últimos escritos sobre la mujer. Describe la empatía como un claro conocimiento del otro, no simplemente del contenido de su experiencia, sino de su experiencia de ese contenido. En la empatía, uno toma el lugar del otro sin llegar a ser estrictamente idéntico a él. La empatía no significa solamente la comprensión de las experiencias del otro, sino en cierto sentido aceptándolos como propios.
Alguien podría objetar que no podemos realmente tener esta clase de acceso a las vidas interiores de otros, puesto que sus sentimientos no se nos muestran directamente, dentro de nuestra propia experiencia. Edith replica que los sentimientos de los demás se nos indican en sus expresiones y actos externos. "El semblante triste... está de acuerdo con la tristeza... El semblante es la parte exterior de la tristeza. Juntos forman una unidad natural". Ella ve nuestros cuerpos como la encarnación de nosotros mismos, como haciendo visibles nuestros espíritus, revelándonos a otros. Si somos suficientemente sensibles al rostro del otro, y a su tono de voz y lenguaje corporal, así como a las palabras que se dicen, podemos entrar en gran medida en lo que está experimentando. Su descripción de empatía realza la estrecha relación entre la empatía y el amor, puesto que el amor exige una identificación similar con las inquietudes de otra persona. Como dice algunas veces Juan Pablo II, en el amor el "Yo" de otro se convierte, en cierto sentido, en nuestro propio "Yo".
La capacidad de entrar con empatía en la vida de otro es especialmente útil dentro del matrimonio, por supuesto, pero también puede y debería ejercerse en otras relaciones. En su Epístola a los Gálatas, San Pablo escribe "Llevad unos las cargas de los otros y dad así cumplimiento a la ley de Cristo". Para las mujeres que son solteras, para aquellos que se han consagrado completamente a Dios y para toda mujer en tanto sus circunstancias lo permitan, esta orientación hacia otros debería asumir un ámbito verdaderamente universal, que a su vez exige una clase de amor más desinteresado (es decir, más divino). Todos los que conocieron a Edith Stein dicen que era un ejemplo viviente de esta profunda capacidad para la empatía. Su director espiritual a finales de los veinte, Abbot Raphael Walzer, escribió que ella poseía "una tierna, incluso maternal, solicitud por los otros. Era sencilla y directa con la gente normal, docta con los eruditos, compañera de trabajo con aquellos que buscaban la verdad. Casi podría decir que era una pecadora con los pecadores."
Edith Stein encuentra el segundo aspecto del alma femenina en la estrecha conexión de la mujer con el nacimiento y desarrollo humanos-la mujer como madre. Como alguien especialmente encargado de la vida humana, la mujer busca y abraza todo lo que sea vivo, personal y total. "Querer, guardar, proteger, alimentar y fomentar el crecimiento es su natural y maternal anhelo" dice Edith. La mujer se centra de forma natural en lo personal y tiende a dar a las relaciones una importancia mayor que al trabajo, al éxito, a la reputación y al poder. Aquí, el pensamiento de Edith Stein se alinea con recientes autores neo-feministas como Carol Gilligan que asegura que la mujer enfoca los problemas morales con más atención hacia las personas afectadas por sus acciones y decisiones que hacia consideraciones abstractas e impersonales sobre el deber, los derechos y la justicia.
Quizá gracias a la necesidad de tratar con cada hijo por separado, la mujer está de un modo natural más adaptada hacia el individuo, hacia una persona específica con todas sus necesidades y posibilidades. La preocupación maternal apunta hacia el desarrollo total de la otra persona como una unidad de cuerpo, alma y espíritu. Ningún aspecto de la personalidad debe sacrificarse a cualquier otra. En particular, no debe existir ningún divorcio entre la mente y el cuerpo, tratando a las personas (para Edith Stein esto quiere decir especialmente estudiantes) como si fueran intelectos incorpóreos. La filósofa feminista Naomi Schemann alega que ninguna mujer hubiera inventado jamás el dualismo cartesiano, que define al ser humano simplemente como algo que piensa y Edith Stein hubiera coincidido probablemente con entusiasmo con Schemann en este punto. Por tanto, para Edith Stein, los dones maternales de la mujer están orientados a ayudar a otras personas a desarrollar todas sus posibilidades.
LA VOCACIÓN DE LA MUJER
En cierto sentido, Edith Stein diría que no existe una vocación de la mujer, o tal vez que la vocación de la mujer es la misma que la de cada uno de nosotros. Debemos ser fieles a nuestros dones, que indican nuestra llamada-preservando la persona, luchando por la dignidad, la seguridad, la prioridad, el infinito valor de la persona humana en un mundo cegado por el consumismo y el criterio de la eficiencia tecnológica. Para las mujeres casadas, esta vocación se centrará especialmente en sus maridos e hijos, aunque la preocupación por el completo desarrollo y dignidad de éstos en sus propias familias las introducirá también, de forma inevitable en muchos contextos de mayor amplitud. El compañerismo y la maternidad espiritual son una llamada universal para la mujer y por tanto no pueden ser unas tareas para ser ejercidas solamente dentro de la propia familia. La inquietud por el bien de las personas debe extenderse a todos aquellos cuyas vidas están en contacto con las nuestras.
El Papa Juan Pablo II eleva esta vocación femenina a proporciones verdaderamente cósmicas, buscando que la mujer vuelva a humanizar un mundo cada vez más dominado por el materialismo y el hedonismo. En El Evangelio de la vida, invita a las mujeres a "enseñar que las relaciones humanas son auténticas si se abren a la acogida de la otra persona, reconocida y amada por la dignidad que tiene por el hecho de ser persona y no por otros factores, como la utilidad, la fuerza, la inteligencia, la belleza o la salud." (n. 99) Esta contribución de la mujer, declara el Santo Padre, es "la premisa insustituible para un auténtico cambio cultural", para reemplazar la cultura de la muerte con la civilización del amor. "Dirijo a las mujeres una llamada apremiante: 'Reconciliad a los hombres con la vida'". Es difícil imaginar una vocación más global y esto exige la presencia de la mujer en prácticamente todos los aspectos de la sociedad, públicos y privados. Sin pedir a las mujeres que ignoren sus obligaciones familiares y profesionales, el Santo Padre urge a las mujeres a movilizarse de cualquier forma que puedan para oponerse a la perniciosa cultura de muerte que nos rodea en estos días; a luchar por la dignidad y valor de cada ser humano.
CÓMO DESARROLLAR LAS VIRTUDES MATERNALES
La tarea de proteger y desarrollar las personas humanas, de ayudarlas a lograr su culminación como personas, requiere varias virtudes o el desarrollo de diferentes dones. Aunque éstos pueden ser en general más naturales en las mujeres, puesto que son también virtudes humanas, todos podemos hallar una mayor perfección humana intentando adquirirlas y practicarlas en nuestro trato con los demás. En su reciente libro titulado Maternal Thinking, Sara Ruddick incluye varias de dichas cualidades. La primera es la vigilancia, que supone atención a las necesidades de un hijo, o de otra persona en forma general. En estos días es un hecho bien conocido que las mujeres son típicamente más conscientes que los hombres de los sentimientos de los demás. Pero la vigilancia no es simplemente estar alerta ante el estado emocional del otro. Es más bien una forma de estar atentos a posibles peligros, una alerta cognitiva normal para las madres a las que Ruddick llama "escudriñadoras". Se hace más desafiante por el hecho de que los hijos son criaturas independientes, por lo que no deben sentir que están siendo constantemente vigilados. Las madres encuentran sus propias formas creativas para ver y evitar los peligros para sus hijos aunque parezcan despreocupadas.
Puesto que la vigilancia puede llegar a ser obsesiva o impertinente, la segunda virtud que Ruddick asocia con ser madre es la humildad. Las madres deben aceptar que no pueden controlar completamente ni a su hijo ni a su entorno. Como afirma Ruddick, "Las madres protegen cuando la protección no puede asegurarse, cuando el fracaso significa normalmente decepcionar a alguien a quien ellas aman apasionadamente, cuando el riesgo y la conducta impredecible limitan sus esfuerzos y cuando sus mayores desvelos se encuentran viciados por su propia impaciencia, ansiedad, fatiga y preocupación por sí mismas." Rezar por nuestros hijos, o por aquellos de quienes somos de algún modo responsables, es un gran ejercicio de esta virtud. Es una admisión de que no podemos controlar las circunstancias o las elecciones de otros y de que solamente Dios los amará con perfección. Para que la humildad no se convierta en una falsa imitación, en pasividad o en desánimo, Ruddick dice que las madres han de reconocer la importancia de otra virtud: la alegría.
La alegría está estrechamente relacionada con la esperanza, que ve lo que cada persona es capaz de llegar a ser y nunca deja de insistir con ella. El amor maternal es un amor que cree todo. Aunque la alegría puede degenerar en una especie de negación ingenua de los desafíos reales a los que se enfrenta un hijo o un amigo, sus sinceros sufrimientos y tristezas, en sus mejores momentos nos permite tomar la visión más duradera, para enseñar a otros el poder de resistencia y el arte de empezar otra vez. Los creyentes cristianos pueden añadir a las sugerencias de Ruddick la importancia de alentar a otros a ofrecer sus sufrimientos junto a los de Cristo en la cruz. Nada de lo que nos ocurre es un mero accidente; todos los sucesos de nuestra vida pueden servir para nuestro bien y la causa del reino de Cristo. Nuestra esperanza no defrauda.
Además de la esperanza está la virtud de la aceptación, que permite a la naturaleza humana y a la naturaleza en un sentido más amplio ser lo que ellas son y surte efecto dentro de esos límites para desarrollar cada persona y hacer frente a sus necesidades. La aceptación se encuentra en el centro de la naturaleza incondicional del amor maternal, que (en su mejor expresión) ama sin esperar ser amado a cambio. Finalmente, Ruddick incluye la virtud del apoyo, de proteger al hijo y hacer que se sienta seguro-de hacer de la casa un refugio. La virtud del apoyo recurre a los dones que posee la mujer para apreciar lo concreto y para estar en sintonía con los aspectos en que este hijo es diferente a cualquier otro. Esto requiere una sensibilidad para saber la cantidad de protección que cada hijo necesita y el grado en que el 'apoyo' debe permanecer oculto. Creo que las madres de los adolescentes, generalmente, se hacen grandes expertas en esta especie de 'protección indetectable' de sus hijos. Si lo hacemos suficientemente bien, podemos pasar desapercibidas bajo su radar.
Cualquiera que considere la tarea maternal y las virtudes necesarias para ella con esta profundidad se dará cuenta rápidamente de lo exigente que es esta vocación. Las madres siempre han sabido esto, por supuesto, pero nuestra sociedad ha llegado a ser bastante ciega respecto a ello. El materialismo alega que los humanos son simplemente complejas máquinas orgánicas y que nuestra felicidad consiste en satisfacer nuestros deseos todo lo que podamos, cuando estos deseos son principalmente de placer y confort. Si esa es la verdad tal cual sobre los seres humanos, las madres están perdiendo el tiempo que emplean con sus hijos. Todos los padres y las madres deberían estar fuera rascando por obtener todo el dinero y poder que puedan encontrar, puesto que eso es lo que sus hijos necesitan más que cualquier otra cosa. Mejor todavía, no tengáis ningún hijo, puesto que podría interferir en vuestro programa de maximización de vuestro propio placer. En realidad, ¡puede que sea mejor no casarse tampoco!
Un reciente anuncio del metro de Boston retrata una joven pareja en medio de su ceremonia de boda-el novio está a punto de poner un anillo en el dedo de la novia. Los estilos de peinado y vestido son deliberadamente anticuados y un poco blandos. La leyenda avisa a las mujeres jóvenes: "Antes de efectuar un compromiso con cualquier otra persona, efectúa uno contigo misma," presumiblemente matriculándose en un programa de graduación en economía. ¡No me opongo a la graduación de la mujer! Pero este anuncio asume de forma simple que uno no puede realizar en su totalidad sus aspiraciones más elevadas en el contexto del matrimonio; lo más probable es que los compromisos con otros afectarán al verdadero desarrollo de la mujer, especialmente en lo que algunas veces parece ser el santo grial del feminismo radical: la independencia económica.
Desdichadamente, el anti-materialismo es difícil de vender en estos días; quizás haya sido siempre mucho más fácil vender el hedonismo, el libertinaje y la codicia. Pero la crisis cultural que el Santo Padre describe en El Evangelio de la vida parece especialmente penetrante en el terreno intelectual y moral de nuestras sociedades hoy día y particularmente perniciosa en su impacto sobre nuestras leyes e instituciones. Juan Pablo II no duda en hablar de estructuras de pecado, de una conspiración contra la vida, y una guerra del poderoso contra el débil. Aún así, en esta importante batalla no podemos entregar sencillamente el campo al enemigo. Tenemos de nuestro lado el hecho de que el materialismo es falso. Las personas humanas están hechas para algo más, infinitamente más; la búsqueda del placer nunca satisface realmente. Cuando esos que están alrededor nuestro se han agotado persiguiendo una felicidad difícil de alcanzar, cuando la tragedia golpea en sus vidas, cuando se enfrentan a la realidad de la muerte-entonces hay una oportunidad de que los bienes intangibles del alma vuelvan a tenerse en cuenta. Cuando es así, se reconocerá una vez más el valor del papel de la mujer para preservar lo personal y genuinamente humano. Mientras tanto, hay muchos que saben la verdad. Solamente Dios puede satisfacer el corazón de todas las personas. No debemos cansarnos de proclamar esta verdad, a tiempo y a destiempo. Últimamente parece que siempre estamos a destiempo, pero debemos perseverar.
CÓMO TRANSFORMAR LA CULTURA
Volvamos ahora a considerar el testimonio y el papel públicos de la mujer en nuestras sociedades. El primer hecho a tener en cuenta es que dedicarse al hogar y la familia de forma exclusiva es en sí mismo un testimonio público y de una gran importancia. Centrar las energías propias en esta forma de hacer del hogar un ambiente cálido y acogedor y ayudar a los hijos a alcanzar sus posibilidades, encontrar a Dios y encontrarse a sí mismos, contradice las suposiciones de la cultura de consumo. Esto es por lo que la mujer que trabaja en el hogar y cuyo trabajo no se paga y no se aprecia como merece está realmente en primera línea en la guerra que el Santo Padre describe. Es importante para los maridos y padres reconocer el precio que pagan las mujeres por poner las personas por encima de las cosas, de forma que puedan proporcionar el apoyo, el ánimo y la asistencia que también mostrarán al mundo dónde está su tesoro.
Algunas mujeres, incluyendo algunas esposas y madres, trabajan en puestos pagados o impagados fuera de la esfera del hogar y la familia. El papel de la mujer en círculos más amplios de la sociedad y la lucha para combinar las obligaciones públicas y privadas, fue una importante preocupación de Santa Edith Stein. Era de profesión docente, responsable de la formación de chicas jóvenes en los niveles secundario y universitario, justo en el momento en que están decidiendo qué camino deben tomar sus vidas. ¿Deberían las mujeres ver su papel centrado exclusivamente, o en todos los casos, en la esfera doméstica, en "la casa y el hogar", como ella dice? En absoluto, dice Edith. Ella ve los triunfos obtenidos por el movimiento femenino a este respecto como ampliamente positivos, abriendo las profesiones y la vida política a las mujeres y proporcionando iguales oportunidades para trabajar en estas áreas.
Durante sus años de enseñanza, Edith Stein tradujo al alemán el libro del Cardenal John Newman sobre el ideal para una educación más elevada, The Idea of a University, y mantuvo que una educación liberal es tan necesaria para la formación de la mujer como para la del hombre. Si algunos temas son naturalmente más atractivos o interesantes para las mujeres, tal vez por sus conexiones más estrechas con lo vivo y personal, otros pueden ser útiles correctivos para un punto de vista excesivamente personal. Puesto que las habilidades domésticas pueden aprenderse en casa (¡suponiendo que haya alguien para enseñarlas!), Edith Stein sugiere un currículo para las mujeres universitarias que no difiere significativamente de lo que se ofrecería para los hombres. Aún así, opina que es de la máxima importancia que los profesores de mujeres tienen que saber cómo conectar la materia de su asignatura con las inquietudes y sensibilidades particulares de las mujeres. De hecho, pensaba que era muy importante que las chicas y las mujeres fueran enseñadas fundamentalmente por mujeres.
Cuando se le preguntó si la vocación natural de la mujer descartaba ciertas profesiones como inconvenientes para ella, Edith contestó: "Se podría decir que, en caso de necesidad, toda mujer normal y sana es capaz de ocupar un puesto de trabajo. Y no existe ninguna profesión que no pueda practicar una mujer" En realidad, "Toda profesión en la que el alma de la mujer puede realizarse plenamente y pueda moldearse por el alma femenina es una auténtica profesión de mujer." Es probable que algunas profesiones continúen atrayendo más a las mujeres que a los hombres, en parte como consecuencia de su fuerte componente humano. Podemos esperar encontrar un gran porcentaje de mujeres atraídas hacia campos como la enseñanza, la medicina, el derecho, el trabajo social, la psicología y similares. Obviamente, no todo el mundo puede elegir, cuando se introduce en el mercado laboral, qué clase de trabajo encuentra más atractivo y muchas mujeres (junto con muchos hombres) trabajarán en empleos que no se ajustan especialmente a ellos. Pero todas las profesiones pueden practicarse de un modo femenino; es decir, todas las profesiones pueden humanizarse, hacerse más agradables y ponerse en contacto con las preocupaciones humanas. Por tanto, es bueno para la sociedad que se encuentren mujeres en todas las profesiones. En realidad, es difícil imaginar que las mujeres sean capaces de responder a la llamada de Juan Pablo II para reconciliar a los hombres con la vida, a menos que su influencia penetre, especialmente, en aquellas áreas de la sociedad dominadas en su día por los hombres.
Cuando habla del papel de las mujeres en la vida nacional, Edith nos insta, "La nación... no necesita simplemente lo que tenemos. Necesita lo que somos." Lo mismo puede decirse sobre la fábrica, la oficina, las profesiones, el mercado, la esfera política, así como sobre la escuela, la parroquia y el hogar. Edith animaba especialmente a las mujeres a llegar a implicarse en la vida política. Las inquietudes maternales de las mujeres, pensaba, conducirían a un mayor interés en la vida de la comunidad, desde las asociaciones entre padres y profesores hasta la Presidencia. Puesto que las decisiones tomadas en la plaza pública impactan seriamente sobre el individuo y la familia, son automáticamente de gran importancia para las mujeres. Cuando los tiempos se hacen más oscuros, como en la era de Edith Stein y también en la nuestra, las mujeres están llamadas de forma especial a declarar su opinión con valor y a influir más allá de sus familias y vecindades.
Edith Stein reconocía las extraordinarias dificultades que se oponen a la mujer con una doble profesión, dentro y fuera de casa. Incluso aunque esta situación no era la suya, fue a la que su madre tuvo que hacer frente. En sus conferencias sobre la mujer, insistió en que los deberes de la mujer hacia su marido y sus hijos deben tener el primer lugar en su vida. No pueden sacrificarse a otras cosas, incluso si esas otras cosas son buenas y meritorias en sí mismas. Si es característico de los feministas de hoy ver al marido y a los hijos como obstáculos para la autorrealización de la mujer, como cargas para ella, es característico de un feminismo informado por la fe verlos como seres que contribuyen a su realización y están encomendados a ella. Cuando los hijos están más necesitados, en los años de preescolar y en la adolescencia, una madre puede tener que sacrificar un poco de su posición y prestigio profesional por sus hijos. Por supuesto, no es necesario decir que los padres también necesitarán poner la máxima prioridad en sus relaciones con Dios y la familia, procurando que su trabajo profesional no impida su participación en la formación de sus hijos y el desarrollo de una estrecha amistad con sus esposas.
Edith Stein aprueba que algún cuidado de los niños sea llevado a cabo también por otros, especialmente si éstos están cercanos a los niños de alguna forma. Pero no parece favorable a aquellos que esperan una participación general de hombres y mujeres a partes iguales en todas las tareas domésticas. Las dotes de una mujer para ayudar a otros a lograr el máximo de sus cualidades no pueden ejercerse con sus hijos a menos que pase un tiempo considerable con ellos. Estudios recientes muestran que el papel del padre en la familia es crucial para los hijos, pero esto confirma exactamente el punto de vista general de que madres y padres contribuyen con cosas diferentes para sus hijos. El término "criar a los hijos" se ha hecho popular hoy día a causa de la noción (o esperanza) de que hay algo genérico que los adultos hacen por sus hijos y no importa mucho quién lo hace. Peor todavía, ahora tenemos el término "prestación de asistencia", que puede sugerir que todo lo que importa es que alguien, incluso alguna institución, sustituyan a mamá y a papá, que son simplemente ¡los primeros asistentes¡ (No necesariamente los principales, puesto que el niño puede estar más horas despierto en un lugar de asistencia de día de las que está en casa)¿Cómo va a equilibrar la llamada "madre trabajadora" las serias y conflictivas demandas de su tiempo y sus fuerzas?. Santa Edith no cree que haya ninguna solución rápida para este problema y quizá las soluciones que hay variarán enormemente de una mujer a la siguiente. La estrategia más importante, aconseja, es buscar la guía divina, recibir a Cristo en los sacramentos con la máxima frecuencia y esforzarse para estar abierto a lo que Dios pide de uno en cada situación. "Si su vida se sostiene completamente en Jesús, entonces está mejor protegida contra la peligrosa pérdida de la moderación... Cualquier cosa que se le entregue no se pierde sino que se salva, purificada, exaltada y fuera de proporciones en la medida verdadera."
A la literatura feminista radical le gusta contrastar el trabajo en el hogar con el trabajo pagado (presumiblemente fuera de casa), alegando que el trabajo doméstico es en gran parte para otros mientras que otras clases de trabajo son para uno mismo. En el punto culminante del movimiento de liberación de la mujer en 1974, Ann Oakley escribió un libro lleno de enojo en el que levantó una imponente acusación contra el ama de casa normal. De acuerdo con Ann Oakley, el trabajo al que la mayoría de las mujeres dedican una gran parte de sus vidas es una pérdida de tiempo. No las mantiene actualizadas. Las conservas en una situación de dependencia económica. Es para las débiles mentales, que solamente pueden trabajar en un ambiente no competitivo. No recibe ningún reconocimiento público, y en realidad no puede recibirle porque tiene lugar en la esfera privada. Es doméstico, lo que en su origen significaba "conectado con el hogar" pero ahora significa "degradante" o "falto de dignidad". En resumen, lamenta que sea "un trabajo pesado, estúpido y aburrido". Alguien que trabaje fuera del hogar podía declarar que ¡ésta es una descripción bastante imparcial de sus trabajos también! Dejando ese problema aparte, es importante ver que el trabajo de cualquier clase es una forma de servicio-nuestra participación finita en el plan divino y su revelación. Todo nuestro trabajo puede ser ofrecido a Dios, el Señor y el Fin de toda la creación. Visto de esta forma, las comparaciones entre trabajo público y privado, pagado e impagado, rodeado de encanto y escondido, pierden mucho su significado.
Nada de esto significa excusar o justificar la extrema devaluación del trabajo de la mujer en el cuidado del hogar y de los hijos. Dada la absolutamente indispensable necesidad de preparar a los adultos del futuro, no existe excusa para no hacer que las mujeres que se ocupan de este trabajo se sientan apreciadas y honradas. Juan Pablo II llega incluso a urgir a los gobiernos a encontrar formas de recompensar a dichas mujeres también económicamente. Aunque las mujeres fueron forzadas a un papel privado en la sociedad antiguamente, está preocupado de que hoy pueden ser igualmente coaccionadas por consideraciones económicas a aceptar un trabajo pagado fuera de casa, de forma que la búsqueda de la libertad femenina puede convertirse simplemente en otra forma de coerción. Debemos trabajar por un mayor respeto por los hijos, por las mujeres y por las cosas que la mujer valora. Entonces comenzaremos a inclinar las profesiones y las cosas públicas hacia las necesidades de las mujeres, en lugar de forzar a las mujeres a integrarse en los modelos actuales, cuando éstos han sido definidos en gran parte para adaptarse a los intereses y necesidades de los hombres.
MODELOS DE PAPELES DE AUTÉNTICA FEMINIDAD
Incluso si Edith Stein generalmente correcta en ver una especie de maternidad espiritual universal como el papel propio de la mujer, ninguna mujer puede vivir su vocación en un vacío. Edith Stein se da cuenta de lo importante que es para las mujeres jóvenes encontrar ejemplos concretos de aquéllas que están viviendo una auténtica feminidad y que están en paz consigo mismas. Aquí hace tres sugerencias. Primero, podemos mirar a la mujer fuerte del Proverbio 31, una mujer que posee muchas virtudes, reverenciada por su esposo e hijos, pero que es también una mujer de empresa con inquietudes exteriores a la esfera doméstica. Es industriosa, audaz, generosa y sabia. ¿Cuál es su secreto? Edith Stein arguye que le podemos encontrar en la frase "una mujer que teme al Señor, debe ser alabada". A menudo, Santa Edith vuelve, en sus ensayos sobre la mujer, a este tema de la importancia de desarrollar la propia vida interior.
No es sorprendente que tuviera que volver a María en conexión con esto, como la maestra de vida interior, pero también como la encarnación de la feminidad perfecta. El Papa actual nos dice que Jesucristo revela el hombre a sí mismo, puesto que es el único hombre a salvo de los efectos de la caída de la naturaleza humana. Pero si esto es verdad, entonces también es verdad que María revela la mujer a sí misma, puesto que por la gracia de Dios ella también fue preservada del pecado y en ella el alma femenina existe como en el principio fue pensada. De acuerdo con Edith Stein, María nos enseña cómo ofrecernos a Dios, para ser siempre y en todas las actividades "la sierva del Señor". No es solamente un modelo para la mujer dentro del hogar, sino también para la mujer llamada a la vida religiosa, para la mujer profesional, para la mujer dedicada a los negocios y a la política, porque la vocación de mujer es la misma en cualquier lugar. Es "querer, guardar, proteger, alimentar y potenciar el desarrollo", para servir el bien común como alguien que es primero servidora de Dios.
Finalmente, Edith urge a la mujer a mirar a sus propias madres para llegar a comprender bien lo que significa ser una mujer. Sin duda sus ensayos sobre la mujer deben mucho al ejemplo de su propia madre, y está claro que sintió un profundo amor y amistad hacia ella durante toda su vida. Ella urge a cada mujer a intentar vivir, en su propia vida y circunstancias, el ideal de la verdadera feminidad. Esto significa ejercer esa vocación maternal que se da especialmente a las mujeres y que para muchas mujeres hoy tiene poco de encanto o atracción. El trabajo de una mujer es escondido para la mayor parte e incluso sus recompensas son intangibles. Exactamente esto es por lo que Edith Stein espera que las mujeres preserven en la sociedad humana esos valores espirituales que no pueden medirse. No es que los logros públicos y materiales de las mujeres no sean importantes, por supuesto, sino que las mujeres no deben perder de vista los fines para los que todas las otras cosas son solamente los medios. En una de sus cartas, escribió: "Sobre la cuestión de sintonizar con nuestro compañero el hombre-la necesidad espiritual de nuestro vecino trasciende todo mandato. Todo lo demás que hacemos es un medio para un fin. Pero el amor es ya un fin, puesto que Dios es amor".
Me gustaría proponer un modelo más de papel para la mujer en este esfuerzo para definir y practicar la auténtica feminidad. Es, por supuesto, el de la misma Edith Stein. Cuando el profesor Josef Moller habló en la dedicación de la Residencia de Estudiantes Edith Stein en Tubingen, la describió como alguien que "mientras que nunca abandonó una seria reflexión como cristiana, llegó a colocar el amor al Crucificado por encima de todo debate e investigación filosófica". Su vida habla tan fuerte de este amor, dijo, que en comparación su trabajo puede parecer casi insignificante. Cuando se publicó de forma póstuma en 1950 el trabajo filosófico de Edith Stein Finite and Eternal Being, uno de sus amigos de sus días de estudiante, Fritz Kaufmann, publicó una reseña que no debe tener paralelo en publicaciones académicas. Edith Stein fue una mujer de fe, escribe, "exactamente a como la fe en todos sus aspectos, una firme y brillante fe, fue la quintaesencia de su ser. Residía en cada una de sus palabras, de sus miradas y de sus hechos".
Esa calidad de fe, que Kaufman llama aquí una firme y brillante fe, nos recuerdan las meditaciones de Edith Stein sobre María. En un discurso a un grupo de mujeres académicas católicas, Edith Stein habla de la Madre de Jesús: "Es el tipo ideal de mujer que supo cómo unir ternura y poder. Permaneció al pie de la Cruz. ¡Ella se había preocupado con anterioridad por la condición humana, la observó, la comprendió! En la hora trágica de su Hijo, apareció públicamente." Edith Stein sugiere que en el pasado, las mujeres pueden haber sido demasiado pasivas. "¡El siglo veinte exige más!" Con seguridad lo hace también el tercer milenio. Para Edith Stein no es probable que esta participación mayor en la vida pública consista fundamentalmente en buscar puestos de mayor poder. Más bien parece tener en la mente una especie de testimonio profético que las mujeres podían ofrecer mediante su buena voluntad para denunciar contra los males de su tiempo. "Quizás casi ha llegado el momento," escribe, "para que la mujer católica esté también con María y con la Iglesia al pie de la Cruz."
Hoy nos encontramos en otra crisis de cultura, en la que las conciencias están oscurecidas y todo el mundo parece demasiado dispuesto a sacrificar el inocente a los falsos dioses de la riqueza y la conveniencia. Depende de cada cristiano el combatir esas fuerzas y defender la persona humana como intrínsecamente valiosa-siempre un don y nunca un objeto. El Santo Padre presenta la lucha entre el bien y el mal al terminar El Evangelio de la vida como una lucha mundial, en realidad cósmica, que se centra en las mujeres y los niños. Las imágenes del Apocalipsis, con el terrible dragón surgiendo para buscar a la mujer que lleva un niño en su seno de forma que pueda devorar el niño cuando nazca, describen la lucha secular entre los guardianes de la vida y las fuerzas de la muerte. El niño de esta visión, dice el Papa, es "una figura de cada hombre, de cada niño, especialmente de cada criatura débil y amenazada". Contra esta amenaza se opone la mujer, pero no está sola-Dios está con ella.
En el libro de Sara Ruddick, todas las virtudes de ser madre están resumidas en un concepto que ella llama "amor atento". Este es el amor que se pone en el lugar del otro, que ve la vulnerabilidad o la verdadera necesidad de esa persona y tiende la mano para ayudar. Reconoce que cada persona es realmente digna de amor, porque el valor intrínseco del otro se "revela solamente al ojo paciente del amor". El amor atento mira a los demás de forma contemplativa, sin ningún deseo de usarlos para sus propios propósitos egoístas, sino simplemente apreciándoles por su valor intrínseco. Tal atención puede exigir "una especie de renuncia radical de sí mismo", algo como el vaciamiento de sí mismo necesario para el ejercicio de la empatía. Sara Ruddick resume todos estos elementos en pasaje siguiente: "La atención permite que aparezca la diferencia sin buscar cómodas similitudes, se concentra en el otro, y permite que haya alteridad. Los actos de atención refuerzan un amor que no intenta agarrar o adherirse al amado sino que le permite desarrollarse. Amar un hijo sin secuestrarle o utilizarle, ver la realidad del hijo con el paciente ojo de la atención", y buscar su bien más que el propio, es la naturaleza del amor atento. El Santo Padre hace una observación sorprendentemente similar en el Evangelio de la Vida (83), pidiéndonos que fomentemos en nosotros mismos y en los demás una perspectiva contemplativa. "Es la perspectiva de aquellos que no suponen que toman posesión de la realidad sino que la aceptan como un don, descubriendo en todas las cosas el reflejo del Creador y viendo en cada persona su viva imagen... Es importante para todos nosotros adoptar esta perspectiva, y volver a descubrir con profundo respeto religioso la capacidad para reverenciar y honrar a cada persona."
Si por razón de la naturaleza y la gracia, las mujeres son a las que es confiado de forma especial el ser humano, siempre estarán en el centro de las guerras culturales, sean cuales sean sus otras preocupaciones y compromisos, públicos y privados. Siempre que las mujeres defienden la vida, siempre que trabajan por la justicia y promueven el verdadero bien de las familias, prestan su voz a las víctimas inocentes de la cultura de la muerte. Puede parecer que estos esfuerzos son en vano, que los males de nuestra cultura aumentan por horas y que estas voces son completamente ahogadas por el ruido y el caos del mercado. Pero tenemos algo más que las armas humanas de nuestro lado. En los Evangelios, Jesús viene como el que hace que el sordo oiga y que el mudo hable y su poder no ha cambiado. Por nuestra parte, no debemos cansarnos de hacer el bien, de hablar del mensaje profético, de luchar contra los enemigos de la familia y de permanecer al pie de la cruz de aquellos que sufren, ofreciendo nuestros sufrimientos con los suyos.
Hay una meditación maravillosa sobre la Visitación de María a su prima Isabel en un sermón de San Ambrosio de Milán. Dice de este encuentro de dos mujeres en estado de buena esperanza "Isabel fue la primera en oír la voz (de María); pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo, ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta el punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos". Hermanas en Cristo, profeticemos nosotras incluso hoy bajo la inspiración de nuestros hijos. Nuestra fuerza y nuestra elocuencia son limitadas, pero nuestro Señor nos dará todo lo que necesitamos para decir con confianza el mensaje de la vida y, si Dios lo tiene a bien, Él hará que los sordos oigan.

A pesar de estos logros, la discriminación es manifiesta. Continúan las mujeres siendo mayoritariamente excluidas de las Academias y de los concursos como el prestigioso Prix de Rome.
Las Academias eran los lugares establecidos en la época para la formación de los artistas y el acceso a las mismas era controlado al máximo por los propios miembros que defendían así sus prerrogativas frente a otros artistas y sobre todo frente a las mujeres, restringiendo su incorporación o evitando su nombramiento como miembros de pleno derecho. Las mujeres que obtenían el privilegio de formar parte de las Academias (Angelica Kauffmann, Elisabeth Louis Vigée-Lebrun) tenían prohibida la asistencia a las clases de desnudo. Esto dificultaba el acceso a una sólida formación, que incluía el estudio del natural, de la que sí disfrutaban en cambio sus colegas varones. Por este motivo las mujeres no podían consagrarse a géneros como la pintura de historia o mitológica, que implicaban un conocimiento pormenorizado del cuerpo humano, viéndose obligadas a cultivar géneros considerados "menores" como el retrato, el paisaje o la naturaleza muerta, a la vez que se les cerraban las puertas del éxito ya que en los Salones y concursos eran especialmente valorados los grandes temas históricos o mitológicos.
Tampoco tenían la facilidad de sus compañeros para realizar largos viajes al extranjero que completasen su educación artística porque era impensable que las mujeres viajasen sin la compañía de algún familiar o se mostrasen solas en público.
En el siglo XIX crece el número de mujeres dedicadas al arte y se afirma en la sociedad la idea de la mujer artista, pero es un siglo de grandes contradicciones pues, si bien la mujer va adquiriendo derechos sociales, laborales, económicos, por otro lado el restrictivo modelo femenino victoriano relega a la mujer al papel de esposa, madre y ángel del hogar.
Continúan teniendo los mismos problemas para acceder a las Academias, pero surge otro tipo de entidades de carácter más liberal como las sociedades de artistas en general y las asociaciones de mujeres artistas en particular, que se crean para defender, sobre todo en este último caso, los intereses de estas mujeres instituyendo premios y bolsas de estudio, organizando exposiciones y luchando contra la discriminación de los organismos oficiales. También algunos maestros aceptan mujeres en sus talleres como el caso de Jacques Louis David pero hay cada vez más mujeres artistas que poseen un estudio propio (o compartido con otras compañeras), un espacio donde poder trabajar y donde las más famosas aceptan pupilas como el ya comentado de Adélaïde Labille-Guiard.
En la segunda mitad del siglo las grandes Escuelas de Bellas Artes comienzan a aceptar mujeres, pero aumentando para ellas las cuotas de inscripción y manteniendo la prohibición de copiar desnudos del natural.
Con la vanguardia artística francesa, proliferan en París los talleres y escuelas que mantienen contacto con los focos de la bohemia y alguno de los cuales abren aulas femeninas como por ejemplo el Estudio de Charles Chaplin (donde estudia Mary Cassatt) o la Académie Julian. El Impresionismo atrae también a algunas mujeres como Berthe Morisot o Mary Cassatt alumnas de Manet y Degas respectivamente.
Durante la primera mitad del siglo XX las mujeres se aproximan con entusiasmo al mundo de las vanguardias artísticas. Aparentemente las limitaciones que había sufrido la mujer a lo largo de toda la historia se habían superado: ya tiene acceso libre a las escuelas de pintura, pueden participar en exposiciones y concursos o copiar desnudos del natural, pero los prejuicios continúan instalados en la sociedad. Así vemos que las escuelas de arte están gestionadas por hombres, los críticos de renombre son hombres y los jurados de los concursos los componen hombres. La situación no ha cambiado mucho cuando el célebre fotógrafo Alfred Stieglitz debe defender el trabajo de su esposa, la pintora Georgia O’Keeffe durante la presentación de una exposición de la obra de ella.
Solo a partir de los años sesenta, con la consolidación del movimiento feminista y la lucha por los derechos de la mujer, se empiezan a realizar estudios que van sacando de las sombras a artistas de todos los tiempos, algunas de las cuales habían gozado de gran éxito en su época y demostrando la extraordinaria calidad de los trabajos de muchas de ellas cuyas obras eran a veces atribuidas a sus padres o maestros también artistas y, claro está, varones.
Como muestra de estas reivindicaciones, cabe señalar la realizada en 1989 en Nueva York por el grupo de activistas feministas Guerrilla Girls con carteles donde se leía: ¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Metropolitan Museum? Menos del 5% de los artistas de la Sección de Arte Moderno son mujeres, pero el 85% de los desnudos son femeninos

No hay comentarios: